"El cirio del 28" por Hest Fernández
Cuando todo el mundo dormía, ellos dos decidieron seguir andando. Tal vez porque eran conscientes de que disponían de pocas horas, o simplemente fue el destino el que lo quiso así, porque aquella sería la única noche. Única e irrepetible.
Anduvieron toda la noche, la necesitaron toda, porque llevaban mucho tiempo sin verse, porque habían pasado miles de cosas, y porque a él de repente se le ocurrió una forma muy simple y poco común para quitar la tristeza de sus rostros causada por los duros golpes que les había dado la vida en los últimos meses..
La logró quitar de un modo al que nadie se le hubiese ocurrido hacerlo. Aunque necesitara para ello toda la noche.
Se paró allí, en un callejón, en el callejón de los cirios, cirios que miles de personas van depositando al largo del día para pedir por ellos mismos, por sus familiares, por sus amigos, por un milagro, por una curación, por los estudios... quien sabe porque.
Él tampoco lo sabía, pero aquella noche los descubrió a todos.
Descubrió cada cirio, uno por uno. Y descubrió la historia que hay detrás de cada uno de ellos.
Habían miles de cirios, grandes, pequeños, delgados, otros tantos menos gruesos. Unos rectos, otros torcidos, algunos apagados, otros encendidos.
De los apagados dedujo que habían llegado a su fin. Y que los encendidos aun esperaban algo en esta vida.
Luego quedaban los que se habían consumido al tocar el fondo. Al contemplar estos vieron que a su alrededor quedaba toda la cera que a la que sin querer poco a poco el mismo cirio habían ido dando forma. Pues ese cirio aunque se había consumido ya, le quedaba su cera, su fruto. El fruto que había dado en vida, cuando estaba encendido.
El joven decía que los que tenían cera a su alrededor eran aquellos que tenían una familia a su alrededor y que les querían por todo lo desempeñado en vida, cuando estaban encendidos. Y que aun apagado seguían a su lado y nunca le dejarían.
Luego habían otros pocos con cera caída, torcidos, lateralmente despegados. Estos, mostraban completamente que no habían tenido un bonito fin, y probablemente, escasez de amor, de cariño y afecto en sus vidas.
Y aunque en un principio, antes de encenderse son todos iguales, una vez allí, juntos, encendidos, ves cómo cada cirio es diferente al otro, como cada uno va a un ritmo, como cada uno se consume de una forma diferente. Como cada cirio refleja la vida de uno mismo, y de aquel que está a nuestro alrededor.
Antes de terminar la noche, la chica encendió uno, y aunque no pudo ver su evolución, da por seguro de que aquel se consumió plenamente y con felicidad hasta el fin.
Pues su cirio formó parte de aquella noche tan mágica, única, especial. Que como una vela empezó a las tres de la mañana y termino a las seis, cuando se le acabo la cera, cuando la luna vieja se marchó para darle paso al sol y con ella se lo llevo todo. Absolutamente todo. Hasta la tristeza de su rostro por las penas del pasado. Y desde aquel mismo instante empezó una nueva etapa para ellos. Pues de nosotros depende que tipo de cirio queremos representar. Y ellos tenían algo muy claro. Querían ser un cirio grande, tan grande, que iluminara el mundo entero.
Hola. En primer lugar considero que este blog es una iniciativa fantástica.
ResponderEliminarPor otra parte. de forma muy breve, decir que has escrito un relato muy bonito, cuyas líneas desprenden un profundo sentimiento. Espero que sigas escribiendo con asiduidad.